No. No se trata de resaltar las virtudes de ninguna actriz de moda. Lo que pasa es que estuve releyendo las “
, como habría que decir internacionalmente). Después encontré otras referencias al juego.
Lo que me costó encontrar fue alguna alusión con respecto a las figuritas, otro juego infantil que teníamos de chicos.
Al fin encontré un blog en el que se hacía ese recuerdo, aunque a mi entender, el relato es bastante incompleto (nótese la contradicción entre “bastante” e “incompleto”)
EL ÁLBUMLas figuritas eran circulares, de un cartón finito pero rígido (mientras eran nuevas). No podían acumularse de un año para el otro porque cambiaban de marca (la primera que recuerdo era del año ’51: “
Lali”, la del ’52: “
Cola”; más adelante fue “
Sport” – para nosotros “
espór”). El motivo del cambio era porque había que llenar un álbum con la promesa de grandes premios. El caso es que yo nunca conocí a nadie que tuviera ese álbum. Tal vez porque los que poblábamos la escuela Nº 7 de La Reja éramos de pobres para abajo o porque nos parecía un despropósito malgastar una figurita pegándola en un álbum.
Muy pocas veces teníamos acceso a comprar un sobre de figuritas nuevas. Pero cuando conseguíamos los 10 ó 20 centavos que costaba, disfrutábamos de la magia de cortar el borde superior (muy lentamente para no lastimar su preciosa carga) y sacarlas una a una vislumbrando si eran
repetidas o
difíciles.
Ahora, después de más de 50 años de egresado, me pregunto qué importancia tenía la repetición si, como dije, no teníamos ningún álbum para completar.
Así y todo una “
difícil” se podía cambiar por 2 ó 3 “
fáciles”.
EL JUEGOLo primero que habría que decir es que, así como en las bolitas, se descartaba el plural: se jugaba “
a la figurita” y no “
a las figuritas” y que para nosotros (escolares de los ’50), los juegos de bolitas y figuritas no hubieran tenido ningún sentido sin los “cantos”. Ya Dolina se ocupó convenientemente de los que tienen que ver con la bolita, yo voy a decir algo sobre la figurita.
Con las figuritas convenientemente apiladas en un montón que llamábamos “bagayo” y que apretábamos en la mano izquierda, nos paséabamos por el patio al grito de “figurita cola”. “
Cola” significaba que, en caso de ser aceptado el desafío, el retador tiraría en último término, cosa que daba una ventaja singular. Por eso el otro, para aceptar decía: “
cola al tiro vale más”, y pasaba a ser el último. Si se quería un juego con más participantes, se seguía con el desafío. Cuando otro cantaba: “
cola al tiro…”, el primero que aceptó el reto advertía “ya canté”. Al nuevo le quedaba un último recurso: decir “
a medir”.
El juego consistía en quién arrimaba la figurita más contra la pared. Había varias maneras de tirar la figurita, pero la más común y que denotaba al experto jugador, era tomándola en su circunferencia como si fuera una bolita, entre los dedos pulgar (doblado y apretado por el mayor) e índice (doblado como gancho). Se impulsaba soltando abruptamente el pulgar que pegaba en el canto de la figurita que salí girando por el aire hasta su destino. Otras formas de tirar eran despreciadas como de ineptos.
El primer juego solía ser “
a medir” es decir, para saber quién era cola. El que arrimaba más a la pared tiraba último, el segundo anteúltimo y así hasta completar la lista de los jugadores.
En los juegos siguientes, el que ganaba se llevaba todas las figuritas, que por lo general eran cambiadas por otras más viejas, ya que las nuevas eran las indicadas para tirar.
Este tipo de juego de arrime era el más utilizado porque no se arriesgaba mucho y, de acuerdo al número de participantes, se podía ganar mucho.
Había alguna variante.
Si una figurita caía sobre la otra, era “
tapadita” por lo que se cobraba doble, siempre que el tapador gritara a tiempo: “
tapadita garpa dos”.
También, mediante el grito oportuno, se podía obtener doble paga cuando la figurita quedaba de canto contra la pared: “
espejito”. “
Voltea garpa tres”, cantaba el siguiente jugador, que intentaba derribar al espejito.
Estas dos variantes dieron lugar otros tipos de juegos más arriesgados: “
La Tapadita” y “
Voltear el espejito”. En ellos no tenía importancia cuan cerca estuviera la figurita de la pared, ganaba todas las que s
e habían tirado, el primero que tapaba a otra o el que volteara la figurita previamente colocada de canto contra la pared, de acuerdo al juego que se estuviera jugando. Cuando terminaba la rueda sin que nadie tapara o volteara, se continuaba con el primer jugador y así sucesivamente. Se podía ganar mucho pero también perder mucho.
Los que no querían arriesgar demasiado, jugaban a ganar sólo la figurita que se tapaba o el espejito que se volteaba.
Había cantos especiales para estos juegos como: “
puntín no vale” (si la tapada era mínima) o “
doble espejito gana”, cuando el tirador hacía otro espejito. Había tantos cantos como se quisiera y otras tantas respuestas, de acuerdo a la imaginación de los jugadores. Algunos sólo tenían vigencia para ese juego o para ese día. Otros perduraban.
ADRENALINALo que denotaba al corajudo (quizás al que de adulto sería vicioso jugador) era “el puchero”.
El guapo de turno ponía una figurita contra la pared, a la altura de sus ojos, diciendo: “
Puchero”. A él se arrimaban los que aceptaban el desafío. Y así se iba formando el grupo de jugadores que se aprestaban a jugárselo todo, los que, al comenzar el juego, eran rodeados de un montón de curiosos.
Así como en el casino se suele determinar una apuesta mínima, al jugador de puchero se le miraba el bagayo. Si sus figuritas eran muy pocas se lo despreciaba: “
¿Con eso querés jugar al puchero? ¡Rajá!”
El juego comenzaba en el mayor silencio. Como esa forma de tirar sin impulso dejaba a las figuritas a merced de cualquier brisa repentina o de su propia resistencia al aire, solían caer en cualquier parte dificultando el objeto del juego, que era tapar a otra.
A medida que las figuritas se desparramaban en el piso, iba creciendo el murmullo de los espectadores, que cada vez eran más, y los “
¡Uuuuhhhh!” o “
¡Aaaaahhhh!” cuando la aproximación era mucha.
Cuando a un jugador se le terminaba el bagayo, era palpado para saber si no había escondido algunas figuritas en un acto de cobardía. Si se le encontraban, él solía apelar: “
no son mías…”. La apelación era inmediatamente denegada y debía arriesgarlas.
Salvo lo del “
puntín” no recuerdo otros cantos para el puchero. Era un juego de guapos donde no cabían agachadas.
He visto perder enormes bagayos en estos lances. El perdedor, con ganas de llorar, era mirado con lástima por todos, pero sabía sobreponerse diciendo: en casa tengo más. No era cierto, porque lo lindo era la jactancia de tener el mayor bagayo y por eso se llevaban todas a la escuela, pero ese alarde servía para mitigar su miseria y para conseguir “crédito” de algún amigo:
– Prestame una. Recupero y te devuelvo dos.
– ¿Y si no recuperás?
– Mañana te traigo de las que tengo en casa.
A veces se exigía devolver tres (200% de interés).
El perdidoso comenzaba arrimando, ganando de a poco y solía recuperarse. Otros no.
Cuando conocí el casino de Mar del Plata me pareció que los negocios de compra-venta y préstamos que hay a su frente, eran atendidos por los mismos chicos de guardapolvo blanco que exigían 3 por 1 a los desesperados y arruinados jugadores compulsivos de figuritas.
No sé cuándo se acabó esta forma de jugar a las figuritas ni si mis nietos juegan con ellas: No quiero ni preguntar. Cuando mis hijos eran chicos, las figuritas eran cuadradas, de papel brillante y el juego consistía en ponerlas en el piso y tratar de darle vuelta pegándole con la mano plana o ligeramente en forma de cuenco invertido.
¡Una mariconada!