lunes, 25 de agosto de 2008

LA SUPUESTA DIGNIDAD DEL TRABAJO




Cuando más recrudecía la desocupación laboral, cualquier trabajo que se encontrara era un alivio, ya fuera en blanco, en negro o marginal. Es que no tener trabajo no sólo significaba el hambre, sino también la marginación.

Ese no-ser del marginado, trajo algunos cambios en la sociedad

Unos años antes, el cuentapropista era alguien que había progresado por haber logrado romper las cadenas de la “relación de dependencia” para pasar a ser patrón de si mismo. A partir de la desocupación, ser cuentapropista era hacer obligadamente cualquier cosa que se presentara, por unas monedas. Por eso la competencia se hizo desleal, porque el que no tenía trabajo, hacía por un peso lo que el profesional capacitado hacía por cinco. Y así el trabajo se degradó, no sólo por el precio, sino porque el capacitado perdió clientela y tuvo que ir a trabajar en relación de dependencia, lo que hizo bajar aún más la oferta laboral. Y, por supuesto, los trabajos cada vez se hacían peor.

Otra consecuencia lógica de la desocupación fue que colapsaron la salud y la educación pública. Los ahora desocupados o subocupados, comenzaron a hacerse atender en los hospitales y mandaron sus hijos a la escuela del estado. Pero ya no eran los pasivos integrantes de la pobreza, los que esperaban pacientemente que los atendieran, sino gente acostumbrada a otro nivel que exigía con justicia que se cumplieran sus derechos. Así nacieron los cortes de calles urbanas y otras formas de protesta.

Por la asignación de subsidios y “planes” que pretendían una devolución laboral por la magra asignación que se entregaba, se acuñó la frase: “El trabajo dignifica”.

Y esa frase, repetida continuamente tanto por marginadores como por marginados, justificaban la explotación, porque “más vale ser explotado que ni siquiera ser explotado” (una perlita retórica con que se definía la moderna esclavitud)

San Pablo dice que “el obrero es digno de su salario”. No dice “de su trabajo”.

Yo lo voy a decir crudamente: EL TRABAJO NO DIGNIFICA, LO QUE DIGNIFICA ES LA RETRIBUCIÓN QUE SE RECIBE POR EL.

No. No es que me haya vuelto materialista de golpe. No hablo sólo de dinero. Se puede trabajar en una institución benéfica y recibir como pago el bienestar de los beneficiarios.

Lo que no debe ser, es estar, como dice Atahualpa, “martillando todo el día pa’ que otro se vuelva rico”

Si el trabajo fuera lo que dignifica, los esclavos serían los más dignos y los jubilados los más indignos. ¿O no?

La imagen de la portada pertenece a la obra "Desocupación" de Antonio Berni


domingo, 24 de agosto de 2008

LOS JUEGOS OLÍMPICOS Y LOS VALORES


En estas dos semanas en que se desarrollaron los Juegos Olímpicos, nos vamos enterando (como cada 4 años) de un montón de cosas que hacen al deporte.

Algunos se sienten un poco deportistas sólo por trasnochar para poder ver por TV un juego que quizás hace unos días ni siquiera sabían que existía.

¡Ganamos!, dicen los que hacen de la competencia una cuestión de patriotismo. Y de veras se sienten ganadores, aunque su participación se haya limitado a tomar unos mates frente a la tele.

Mi amadísimo Borges diría “¡que trivialidad!”. Otros desmerecerían los triunfos por tratarse de súper profesionales que pervierten el verdadero significado del deporte.

Tengo que confesar que yo era uno de los que opinaban así, pero ahora prefiero verlo desde otro punto de vista.

Es cierto que los que triunfan o, al menos, participan en los Juegos Olímpicos, son una “nano minoría” de los habitantes del país y que ni siquiera son una muestra del estado físico promedio de ellos, pero el triunfo de un deportista produce efectos colaterales.

Por trivial que parezca, el sentirse ganador “por contagio”, refuerza el estado anímico de la gente por la euforia que produce. En el triunfo de un deportista o de un equipo, decimos “¡se puede!” Y todos felices.

Pero lo más importante es que, como el triunfo deportivo conlleva no sólo fama sino también un bienestar económico, muchos chicos tratan de llegar a lo mismo y se dedican a distintos deportes. Lo más probable es que no lleguen, pero al menos viven una vida sana.

Claro que a causa de eso, muchos padres (los mismos que participan desde el sillón mirando tele), quieren “salvarse” con una futura consagración de sus hijos, y comienzan su explotación, exigiéndole más de lo que debieran. Y que se llegan a trastocar los valores que debieran exaltarse con el deporte.

Pero eso no es nuevo. En la antigua Grecia, lugar donde nacieron los Juegos Olímpicos, ya existía la preocupación por ese cambio de valores que producían.

Se dice que sus orígenes, allá por el 776 aC, tenían fundamentos políticos, militares y religiosos. El pueblo griego cultivaba la inteligencia como atributo fundamental del ser humano, pero eso no impedía que continuamente vivieran en guerras intestinas y con otros pueblos vecinos. Cultivar la inteligencia significaba pasarse horas enteras dialogando peripatéticamente (paseando) o apoltronados en canapés. O sea, que cuando se necesitaba un joven para la guerra, sólo encontraban flacuchos inteligentes. Así que se propusieron exaltar la competencia física, para lograr lo que después los latinos llamaron “mens sana in córpore sano” (Juvenal).

Pero, como no podía ser de otra manera, el propósito se fue desvirtuando y los Juegos pasaron a ser una meta en sí mismos, tanto por la fama que se lograba, como por el bienestar económico que reportaba a los vencedores.

Los judíos de la diáspora sintieron que sus tradiciones se quebraban cuando sus hijos comenzaron a participar de los Juegos.

Sabido es que los atletas corrían absolutamente desnudos, por lo que un judío quedaba expuesto a ser reconocido como tal y ser burlado por su circuncisión y por su misma condición de judío. Por eso, para no repetir su historia, los atletas judíos comenzaron a abandonar el rito de la Alianza, con gran estupor y escándalo de sus padres al saber que sus nietos eran incircuncisos y, por lo tanto, paganos. Eso sin contar que el nudismo estaba prohibido por las leyes religiosas (“No descubrirás la desnudez de tu padre… etc.”)

Al fin, en el 392, el emperador Flavio Teodosio abolió los Juegos Olímpicos que habían sido adoptados por el Imperio Romano (convertido al catolicismo)

Tuvieron que pasar mil quinientos años, para que Pierre de Fredi, barón de Coubertin, restaurara los Juegos.

Y unos pocos años más para que volviera a pervertirse el verdadero significado del deporte.


martes, 12 de agosto de 2008

PRESUPUESTO


Tengo necesidad de hacer un trabajo de albañilería. Busco a un albañil amigo y le explico que quiero hacer un alisado en el piso y algunos remiendos que faltan. Me dice que tiene poco trabajo, así que nos podemos ayudar mutuamente.
El albañil va a casa, mira y diagnostica. Son sólo tres días de trabajo, así que me va a costar mil doscientos pesos de mano de obra.
¡Esa es la suerte de tener albañiles amigos!
Me pongo a hacer cuentas y noto que por cada día de trabajo me cobra $ 400. Si los multiplicamos por los 26 días que se trabajan en el mes (para los cuentapropistas los sábados son un día más de la semana) tenemos que este amigo gana $ 10.400 pesos mensuales.
Me conmueve: ¡Para no humillarme vino a casa en bicicleta y no con su Mercedes!
O quizás…
Se equivocó en la cuenta…
O ese es el motivo por el que tiene poco trabajo…
O se quiere salvar conmigo de los días que no trabaja…
O quizás sólo se trata de la condición moral del ex amigo.
Yo me pregunto: ¿Por qué nos quejamos cuando un poderoso nos explota, si cuando tenemos la oportunidad de reventar al otro lo hacemos sin compasión?
Y lo que es peor: lo hacemos con uno de nuestra misma clase.
Cada vez me convenzo más que no soy para este mundo.

sábado, 2 de agosto de 2008

ERATÓSTENES

Cuando yo estaba en quinto grado, la maestra nos pidió que dibujáramos en el cuaderno “La Criba de Eratóstenes”.
Ante lo que supongo que sería nuestra cara de perplejidad, exclamó exageradamente sorprendida:
– ¿¡¡¡¡Cómo!!!!? ¿¡No conocen la Criba de Eratóstenes!?
No sé si le respondimos o simplemente seguimos mirándola con la misma cara, a la que quizás agregamos algo de temor.
Con un gesto de condescendencia, aceptó rebajarse a nuestra ignorancia y dibujó en el pizarrón un cuadrado con divisiones, en el que escribió todos los números, del 1 al 100. Después comenzó a tachar algunos: 2, 3, 5, 7, 11…
– ¡¡Ahh!! –suspiramos aliviados – ¡Es la tabla de números primos!.
–¡¡No!! ¡¡Es la criba de Eratóstenes!! –nos corrigió la maestra.
Ese fue el primer encuentro con este personaje.

Cuando mis libros pasaron la cantidad de mil, los catalogué y creí necesario darle un nombre a esa pequeña biblioteca que estaba formando. Comencé a indagar sobre distintas bibliotecas (trabajo arduo cuando aún no existía Internet) y así supe de la Biblioteca de Alejandría, un poco más antigua que la mía (se cree que se fundó alrededor del 400 aC) y con algunos libros más (700.000). Y supe que allá por el 236 aC fue su director nada menos que Eratóstenes. Fue mi segundo encuentro.

Así supe que Eratóstenes era un filósofo griego que también era poeta, matemático, astrónomo, geógrafo y todas esas cosas que en la antigüedad se acostumbraba a estar unidas en una sola persona. Vivió doscientos años antes de Cristo y fue el primero que midió la distancia al Sol, la circunferencia de la Tierra y la inclinación del eje terrestre. Todo con una precisión increíble, teniendo en cuenta los elementos con que contaba en aquellos tiempos. Pero lo que quiero destacar es su condición de director de la famosa biblioteca de Alejandría y que, ya octogenario se quedó ciego.
Podríamos aquí hacer aquí un paralelismo con Borges, que también era un bibliotecario ciego. Claro que hay alguna diferencia, porque nuestro poeta ironiza en su “Poema de los dones”:
"Nadie rebaje a lágrima o reproche,
esta declaración de la maestría de Dios,
que con magnífica ironía,
me dio a la vez los libros y la noche"

Pero a Eratóstenes no le resultó tan fácil la cosa. Al comprender que los libros eran ya inalcanzables para él, optó por suicidarse. Sin libros se sentía absolutamente solo, quizás muerto, en ese nuevo mundo de sombras. Pero lo terrible fue la forma de suicidarse: dejó de comer, es decir que murió de hambre. El que muere de hambre sufre atroces dolores porque, después que el organismo consume sus grasas, el estómago comienza a digerirse a sí mismo. Podemos decir que fue un auto castigo, o mejor aún, un castigo a otro.
Nos preguntamos: ¿Castigo a quién? ¿Quién era culpable de su ceguera?: Dios. El tipo le dijo: “¿Me dejaste ciego? Entonces mirá lo que hago con tu creatura” y se mandó el viaje sufriendo lo más posible.
Creí que tanto amor a los libros y, en última instancia, al conocimiento o a la posibilidad de seguir aprendiendo, merece dar nombre a una biblioteca, aunque sea pequeña como la mía.
No se sabe bien porqué desapareció la Biblioteca de Alejandría. La mía sucumbió al fuego. Los libros que ahora tengo están desparramados y sin catalogar. Eratóstenes sabrá perdonármelo.
Un personaje de mi novela "Naufragios" dice parte de lo que aquí escribí. Debo aclarar que fue él el que me plagió y no lo contrario.