martes, 22 de septiembre de 2009

MANIQUEOS

Allá por el siglo II, el persa Mani (o Manes), afirmaba que el mundo estaba generado y movido por dos principios: uno del bien y otro del mal.
Esa doctrina, que se llamó maniqueísmo, no podía admitir las mezcolanzas. Por ejemplo el ser humano estaba compuesto por un espíritu (procedente de Dios) y por un cuerpo (procedente del diablo). Es decir: dos cosas perfectamente diferenciadas. La luz se separaba de las tinieblas, por lo que no eran posibles las palabras “semi oscuridad” o “semi claridad”.
De allí que, por extensión, se llama “maniqueísmo” a toda postura que no admite ninguna posición intermedia. Todo es blanco o es negro; nunca un gris y –menos– un color ¹.
Ese argumento de la pelea entre contrarios es utilizado también en posturas que van desde el yin y el yan hasta la dialéctica marxista. En el Apocalipsis, el Señor le ordena a Juan que le diga al ángel de Laodisea: “puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca”.
Supongo que todos estos tipos, cada vez que tomaban mate se quemaban la lengua…o directamente preferían el tereré.
Son muchos los que aún sostienen esa teoría, sólo que ahora, en vez de llamarlos “maniqueos”, se los llama fundamentalistas.
Y, al decir esta palabra, imaginamos a un personaje siniestro, preferiblemente islámico, cargado de bombas dispuesto a hacerlas estallar. O si no a un kamikaze, con ojos oblicuos apuntando su avión contra el enemigo, sin miras de eyectarse antes de estrellarse contra él. Ambos, uno budista y el otro mahometano, partían de la misma base dogmática: “Yo soy bueno, el otro es malo”. Pese a esto (o debido a esto), si se encontraran frente a frente, se destruirían prolijamente, ganando ambos (o perdiendo) el paraíso.
Pero esos personajes no son los únicos fundamentalistas. Son la pequeñísima minoría de un ejército de fundamentalistas que nos rodea con no menos peligrosidad que aquellos ingenuos buscadores del paraíso.
Y no se trata solamente de algunos fieles de cualquier religión que, siendo suya la verdad, condenan a los otros al infierno en nombre de Dios². El fundamentalismo, maniqueísmo o fanatismo se ha colado también en la política, una disciplina que se autoproclama como “el arte de lo posible”.
Para ejemplificar, vamos a la política de entrecasa. Si yo estoy contra Alfredo de Ángelis o contra Lilita Carrió, es evidente que soy seguidor de Kirschner… y viceversa. Si cuestiono la llamada ley de medios, es porque prefiero que el Confer siga haciendo y deshaciendo a su antojo y que el grupo Clarín ejerza un monopolio. Y si critico actos de la democracia, es evidente que apoyo la dictadura. Cuando alguien cuestiona a Fidel Castro o a Chávez, no puede menos que dejar en evidencia una simpatía por los Estados Unidos.
También hay un fundamentalismo histórico, que tiende a ver las crueldades y el despotismo de los conquistadores sobre los nativos americanos e ignora olímpicamente las crueldades y el despotismo de los imperios Inca y Azteca que existían por estos lares, antes de Colón. Y los que recuerdan con lágrimas en los ojos la caída del muro de Berlín, miran para otro lado cuando levantan muros los israelíes, los españoles, los norteamericanos o el intendente de…
Ni hablar cuando el fundamentalismo es religioso. Los que nos horrorizamos de las masacres del Islam, solemos hacer la vista gorda a las aberraciones de la inquisición.
Probablemente no tengamos la culpa de esta visión del mundo, sino que somos víctimas de una especie de código genético.
Una maestra jardinera me contaba hace unos años que, yendo para el Jardín de Infantes, vio que en un campo cercano dos tractores araban en círculo, uno detrás del otro. Pensando que era un espectáculo digno de ser visto por los chicos, apenas llegó, los llevó hasta el campo. Los chicos quedaron fascinados pero, en vez de sacar las conclusiones que la maestra esperaba (dos tractores trabajando juntos en pos del mismo objetivo) se treparon al alambrado, quizás imaginando que estaban en un estadio, y comenzaron a gritar alentando a uno o a otro tractor: “¡Y dale dale, dale dale rojo!”… “Y dale, y dale y dale verde!”
No sé si ese espíritu de confrontación es innato en el ser humano, ni si resulta conveniente para su progreso personal, pero estoy casi³ seguro que es perjudicial para el entendimiento entre las personas.
Y esa es la única verdad…
¿O la única mentira?
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1 Blanco y negro no son colores. El blanco es la unión armónica de todos los colores y el negro la falta absoluta de color
2 Hasta lo hacen muchos seguidores de Cristo, olvidando que Él predicó justamente el amor al enemigo y calificando de hipócritas a los fariseos, los fundamentalistas de aquellos tiempos
3 Digo “casi” para que no me crean fundamentalista, pero en realidad estoy absolutamente seguro