Así, absurdamente, se ha intentado llamar al día anterior como “Último día de Libertad en América”, ignorando que Mayas, Aztecas e Incas cultivaban una esclavitud a veces más cruel que la que aplicaron luego los españoles (y que la Mita y el Yanaconazgo no eran sino una imitación de la esclavitud de los Incas, sólo que cambiando de amos)
Con la misma absurdidad, España llama al 12 de octubre “Día de la Hispanidad”, pretendiendo que el descubrimiento de América fundó la hispanidad.
Ni acepto como lógica histórica el avasallamiento de los conquistadores, ni comparto los inocentes esfuerzos por resucitar una impronta indígena desaparecida. Ni los que tenemos 100 % de sangre europea ni los que tienen 100 % de sangre indígena, somos los mismos que antes de 1492.
Algunos americanos rubios y de ojos celestes, reclaman “que nos devuelvan” la tierra que nos pertenecía antes de Colón. Para los nativos, el derecho de propiedad de la tierra era un absurdo. La tierra no era de nadie y era de todos.
En estos días hay reclamos en el norte de nuestro país de grupos de aborígenes* que, adaptando el concepto actual de propiedad a sus atávicas costumbres, piden “la propiedad comunitaria”, excelente e imitable definición que coincide con “la hipoteca social de la propiedad” que sostiene la Iglesia.
Con todo, siempre hay quienes piden restaurar la pureza precolombina y otros que pretenden eliminarla definitivamente.
Entre varios escritos que se refieren a este tema, hay uno que me parece el más equidistante entre ambas posturas. Es un libro escrito en 1969 por el Venezolano Arturo Uslar Petri (1906-2001): “En Busca del Nuevo Mundo”.
Trascribo algunos párrafos del mismo:
“Desde el siglo XVIII, por lo menos, la preocupación dominante en la mente de los hispanoamericanos ha sido la de la propia identidad. (…) Se ha llegado a hablar de una angustia ontológica del criollo, buscándose a sí mismo sin tregua, entre contradictorias herencias y disímiles parentescos, a ratos sintiéndose desterrado en su propia tierra, a ratos actuando como conquistador de ella, con una fluida noción de que todo es posible y nada está dado de manera definitiva y probada.Creo suficiente lo transcripto, para ver que vale la pena la lectura de este libro e impulsa a llamar “Día del Encuentro” a esta fecha que en nuestro país se llama “Día del Respeto a la Diversidad Cultural”.
Sucesiva y hasta simultáneamente muchos hombres representativos de la América de lengua castellana y portuguesa creyeron ingenuamente, o pretendieron, ser lo que no eran ni obviamente podían ser, hubo la hora de creerse hidalgos de Castilla, como hubo más tarde la de imaginarse europeos en el exilio en lucha desigual contra la barbarie nativa. Hubo quienes trataron con todas las fuerzas de su alma de parecer franceses, ingleses, alemanes y americanos del norte. Hubo más tarde quienes se creyeron indígenas y se dieron a reivindicar la plenitud de una civilización aborigen irrevocablemente interrumpida por la Conquista, y no faltaron tampoco, en ciertas regiones, quienes se sintieron posesos de un alma negra y trataron de resucitar un pasado africano.
Culturalmente no eran europeos, ni mucho menos podían ser indios o africanos.”
(…)
En cierto modo, la historia de las civilizaciones es la historia de los encuentros. Si algún pueblo hubiera podido permanecer indefinidamente aislado y encerrado en su tierra original, hubiera quedado en una suerte de prehistoria congelada. Fueron los grandes encuentros de pueblos diferentes por los más variados motivos los que han ocasionado los cambios, los avances creadores, los difíciles acomodamientos, las nuevas combinaciones, de los cuales ha surgido el proceso histórico de todas las civilizaciones.
Las zonas de los encuentros han sido precisamente los grandes centros creadores e irradiadores de civilización. (…)”
También me recuerda a Jauretche que en el “Manual de Zonceras Argentinas”, cuenta como el europeo veía con asombro que sus hijos, sin mezcla de sangre, adoptaban aborrecidas costumbres nativas. Ya no eran europeos. Sólo por “ósmosis” se convertían en criollos.
Digamos como corolario que el 12 de octubre de 1492 existió, aunque algunos, de uno y otro lado del charco, pretendan ignorarlo.
*Otro absurdo: se ha pretendido eliminar la palabra “aborigen”, suponiendo que significaba “sin origen”, cuando en realidad deriva del latín, ab orígene, “desde el origen”, es decir los que están allí desde el principio. El término, lejos de ser ofensivo, otorga un derecho.