viernes, 16 de abril de 2010

MAÑANA TE CUENTO

No quisiéramos llegar a viejos nunca. Pero…
Cuando tenemos tres o cuatro años, ansiamos comenzar el jardín de infantes (yo no, claro, en aquel tiempo no se usaban mucho). Cuando terminamos el preescolar nos devoramos las vacaciones siguientes para poder comenzar la primaria de una buena vez.
En septiembre u octubre nos damos cuenta que un año es una enormidad casi interminable. Casi… porque no falta mucho para volver a disfrutar de ese tiempo durante las vacaciones y fijamos esa meta para no hundirnos en la barbaridad de nuevos conocimientos que nos abruman.
A los dos meses del dolce far niente, apuntamos al segundo grado, en el que retomaremos los felices recreos y donde –por fin– seremos superiores a alguien (los de primero). Esta vez pasará menos tiempo hasta que comencemos a añorar las vacaciones. Y así hasta cuarto o quinto grado en que vislumbramos una nueva alborada: el secundario.
¿Debo continuar? ¿Debo mencionar cuando esperamos el día de graduación, el primero de trabajo, el del casamiento, el primer hijo, el primer nieto...? ¿Se comprende por qué llegamos a viejos tan pronto?
Claro, yo apenas tengo 65 años y es una vejez muy ligh. Soy un viejo más del montón. Por eso ansío llegar a los cien, donde seré famoso por esa longevidad. O quizás por entonces esté apurado por llegar a los 120.
¡Y vamos a ver quién me emparda!
Por ahora espero la jubilación

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me encanto lo que escribiste tal cual somos¨. sil

Cortazariana dijo...

No sé, a mi no me paso... Quiero volver a tener 7 años!