miércoles, 4 de mayo de 2011

ECOS DE UN SMS


El mensaje de texto fue tan breve como brutal:
Murió Sábato!
Yo me estaba aprestando a dar catequesis en San Cosme y me quedé largo rato entre la meditación, el recuerdo y la tristeza.
Nadie se puede sorprender por una muerte a menos de dos meses de cumplir los 100 años.
Quizás ese mensaje se sume a los recuerdos.

Tenía menos de 25 años cuando conocí a Sábato. Fue por el ’66 ó ‘67, después de una conferencia de la que había sido yo uno de los organizadores. Todavía vive en mí el asombro, cuando me recuerdo charlando mano a mano con él, discutiendo algunos conceptos. Capte el lector lo absurdo que parece, ver a ese joven escritor de entrecasa discutiendo con un monumento vivo de la literatura. Yo lo comprendí pocas horas después. Recuerdo que él decía que un hombre no puede escribir más de tres novelas en su vida. Ya había escrito dos y estaba por la tercera. Yo quizás aspiraba a escribir más; a los 66 años sólo escribí una y un tercio de otra.
Tuve también una relación epistolar. Contestaba mis cartas con su Olivetti portátil (lo hacía él mismo con todos los que le escribían). Después de leer “Abadón el Exterminador” volví a escribirle con un comentario elogioso. Recibí como respuesta un libro en rústica que era una parte de Abadón, con una dedicatoria:
“Al generoso tocayo Ernesto Rodríguez. Afectuosamente (su firma)”.

Muchos años rodó ese libro en mi biblioteca. Tenía las estampillas de correo pegadas directamente y mi nombre y domicilio escritos a mano por Sábato. ¿Qué se habrá hecho? ¿Se perdió en alguna de las mudanzas? ¿Se destruyó en el incendio de mi casa? ¿O alguien lo llevó esperando lucrar cuando muriera? Tal vez fuera demasiado para mí.

Cuando leo que Cortazariana dice que “La Resistencia” marcó su adolescencia, comprendo cuánto tiempo ha pasado. Leí ese libro como una “yapa”, cuando hasta había abandonado la costumbre de releer a Sábato.

Nosotros comenzábamos con “El Túnel” que, por ser un libro breve y fácil de leer, nos prestábamos para poder comentarlo en nuestras charlas literarias de la Munich de San Miguel (o en la más coqueta “25”). Hasta que aparecía alguien que había leído “Hombres y Engranajes”. Entonces El Túnel adquiría una mayor profundidad, especialmente en esa época en que nos deleitábamos con Camus y Sartre. De allí a “Sobre Heroes y Tumbas” sólo había un paso, que recorríamos codo a codo con Alejandra Vidal Olmos, con Bruno, con Fernando, personajes cotidianos que hacían cotidiano el surrealismo y el existencialismo en que estaban inmersos.
Mi intención era escribir algo breve sobre qué fue Sábato para mí, sin detenerme a comentar sus libros, pero ¿cómo evitar el recuerdo de aquella vieja, preocupada por encontrar las casullas cuando la iglesia estaba siendo incendiada? O a Fernando, pervirtiendo a una maestra para acceder al mundo de los ciegos. O a Alejandra tan liberal y tan sola (“…en cuáles regiones de negros malvones / estás, Alejandra?)
¿Cómo olvidar el espanto de las torturas durante el régimen de Onganía reflejadas con crueldad en Abadón con cuyo relato Sábato se adelantó misteriosamente al “Nunca Más”?

Yo solía decir que: “Borges es el mejor escritor, Cortazar el que más nos entusiasma y Sábato el que más nos refleja”. Quizás por eso su obra cumbre no fue realista, sino real: “Nunca Más” (“vorágine de horrores” diría Discépolo).

“Murió Sabato!” decía el mensaje, y yo inmediatamente recordé todo esto y algo más con lo que por hoy termino:

En Abadón, Sábato es un personaje más de la novela. Otro de los personajes, Bruno, encuentra un día una tumba en Rojas (creo), en la que decía:
Aquí yace Ernesto Sábato.
Todo lo que quería que escribieran en su tumba es la palabra Paz
¡Ojalá la haya encontrado!

NB: Como de costumbre pido perdón si las citas no son textuales, ya que se trata de recuerdos lejanos sin el texto a la vista.

Gracias Clarita.

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