Cuando más recrudecía la desocupación laboral, cualquier trabajo que se encontrara era un alivio, ya fuera en blanco, en negro o marginal. Es que no tener trabajo no sólo significaba el hambre, sino también la marginación.
Ese no-ser del marginado, trajo algunos cambios en la sociedad
Unos años antes, el cuentapropista era alguien que había progresado por haber logrado romper las cadenas de la “relación de dependencia” para pasar a ser patrón de si mismo. A partir de la desocupación, ser cuentapropista era hacer obligadamente cualquier cosa que se presentara, por unas monedas. Por eso la competencia se hizo desleal, porque el que no tenía trabajo, hacía por un peso lo que el profesional capacitado hacía por cinco. Y así el trabajo se degradó, no sólo por el precio, sino porque el capacitado perdió clientela y tuvo que ir a trabajar en relación de dependencia, lo que hizo bajar aún más la oferta laboral. Y, por supuesto, los trabajos cada vez se hacían peor.
Otra consecuencia lógica de la desocupación fue que colapsaron la salud y la educación pública. Los ahora desocupados o subocupados, comenzaron a hacerse atender en los hospitales y mandaron sus hijos a la escuela del estado. Pero ya no eran los pasivos integrantes de la pobreza, los que esperaban pacientemente que los atendieran, sino gente acostumbrada a otro nivel que exigía con justicia que se cumplieran sus derechos. Así nacieron los cortes de calles urbanas y otras formas de protesta.
Por la asignación de subsidios y “planes” que pretendían una devolución laboral por la magra asignación que se entregaba, se acuñó la frase: “El trabajo dignifica”.
Y esa frase, repetida continuamente tanto por marginadores como por marginados, justificaban la explotación, porque “más vale ser explotado que ni siquiera ser explotado” (una perlita retórica con que se definía la moderna esclavitud)
San Pablo dice que “el obrero es digno de su salario”. No dice “de su trabajo”.
Yo lo voy a decir crudamente: EL TRABAJO NO DIGNIFICA, LO QUE DIGNIFICA ES LA RETRIBUCIÓN QUE SE RECIBE POR EL.
No. No es que me haya vuelto materialista de golpe. No hablo sólo de dinero. Se puede trabajar en una institución benéfica y recibir como pago el bienestar de los beneficiarios.
Lo que no debe ser, es estar, como dice Atahualpa, “martillando todo el día pa’ que otro se vuelva rico”
Si el trabajo fuera lo que dignifica, los esclavos serían los más dignos y los jubilados los más indignos. ¿O no?
La imagen de la portada pertenece a la obra "Desocupación" de Antonio Berni